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-Buenas noches Señores Suanzes. Tengo hora para ustedes en el spa; para mañana por la tarde –balbuceó en español el amable japonesito de recepción-. Yo no olvidar ustedes.

-¡Vale! –contestó castizo cuando le hicimos entender que nuestro guía ya se había ocupado de eso.

-Llame un taxi, por favor; queremos ir a Patpong.

-¿Patpong? -repitió levantando las cejas sorprendido como si se tratase de algo inverosímil- ¿Quieren ir a Patpong?

-¿Por qué? ¿Está cerrado? ¿Ya no funciona?

-Si, si; funciona, funciona… -contestó con gesto adusto el hasta entonces extremadamente amable recepcionista japonés.

Cuando hubo llegado el taxi, acudió a avisarnos:

-Su taxi para… Patpong, –bajó la voz al pronunciar el nombre.

Nos escoltó hasta la puerta en un gesto de obligada cortesía.

-El taxi es para los señores, van a Patpong –informó al portero del hotel.

Noté que lo decía con cierto retintín y me extrañó.

El taxista nos dejó en la entrada.

A primera vista, era una calle peatonal, como cualquier otra. Las tiendas permanecían abiertas a pesar de lo avanzado de la hora y la calzada se hallaba repleta de tenderetes. Avanzábamos por entre los puestos cuya mercancía más abundante consistía en camisetas, camisetas y camisetas. No se si eran imitaciones de marca o simplemente malas, pero aquella abundancia de camisetas era un rollo monótono y cansino, y acabamos por arrimarnos a la acera en donde la oferta era más variada: zapatos, trajes, lencería, casas de masajes, bares, clubes...

No dábamos un paso sin que algún muchacho se acercara alargándonos un panfleto de bolsos o gafas de “marca” por catálogo; ofreciéndonos el mejor masaje de Bangkok en el local del cartel luminoso, o en aquel otro del primer piso para un body-body con la máxima limpieza. Nos regalaron entradas para el club “Love Girls”, y unos vales con el veinte por ciento de descuento para el restaurante del callejón de donde salía una columna de humo espeso, grasiento y maloliente de aceites de mil fritos. Algunos clubes mostraban su reclamo de jóvenes nativas en ropa interior blanca bailando sobre una pasarela alrededor de una barra. Eran tantas y tan apretujadas que recordaban la época de saldos cuando, amontonadas sobre el mostrador, exponen las prendas rebajadas. A medida que avanzaba la noche la oferta se hacía más agobiante, el humo más grasiento, el aire más denso, irrespirable. El mercadeo del cuerpo y los milagrosos espectáculos abre botellas acabaron por saturarme

Recorrimos Patpong en sentido inverso buscando la salida, y aún tuve que soportar el chancleteo ruidoso de tres o cuatro jóvenes katoy que revoloteaban alrededor de Alonso con sinuosos andares y gestos provocativos. Cuando dejamos aquella calle, la contaminada atmósfera del otro Bangkok me pareció el más puro aire de los Andes.

Al llegar al hotel, el japonesito de recepción se deshizo en atenciones ("¡Pobres turistas!, no saben lo que quieren").

20. Despdida de Bangkok

 

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Tag(s) : #Sexual
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