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  Desde el Hotel Mombo Camp. Delta del Okavango. Botswana

 

Africa_Botswana

  Este safari resultó fuera de lo común desde el principio. La avioneta que nos traía de Kasane hizo varias escalas en otros tantos aeródromos antes de aterrizar en el Camp. La tarde la pasé tumbada en la veranda de la tienda que era un espacio largo y abierto al humeral del Delta, contemplaba el ir y venir de bandadas de pájaros, los impalas y gacelas que pastaban, bebían y correteaban despreocupadas ante la ausencia de depredadores; y una manada de elefantes que se detuvo a beber para luego seguir su camino hacia lugares de mayor espesura. Me parecía increíble que todo esto sucediera a unos cuantos metros de  donde yo estaba, pero lo más sorprendente era que el árbol de marula que asombraba la tienda estaba tomado por una familia de babuinos. Se dejaban caer sobre el techo de paja, que temblaba con su peso, y de allí saltaban a tierra para recoger los frutos maduros; alguno se detenía en la veranda y me miraba de soslayo. Yo, que adivinaba el poder de sus colmillos, no dudé en retirarme dentro de la tienda donde, a pesar de la liviandad de la tela transparente que nos separaba, Africa K-1 262 me sentí protegida.

 

Africa S-1 214Presentarse y charlar con los otros huéspedes antes de la cena forma parte de la tradición romántica de un Camp de sello anglosajón: Una mujer alemana, que llevaba tres años viniendo, dijo que, ese día, había sido la primera vez que veía leones cazar una jirafa. Una pareja de reporteros belgas explicó cómo, de madrugada, pudieron fotografiar a un leopardo que estaba siendo atacado por una familia de babuinos, incluso se veía el tajo que el macho alfa le había hecho en el lomo. Un productor de cine de California contó en broma que de noche, al ir a salir de la tienda, se encontró de frente con una hiena. No es posible, rechazó el manager: hay unas pequeñas vallas con pinchos que cerramos por las noches y aunque pueden parecer muy bajas, las hienas son incapaces Africa K-1 258de saltarlas. Además, está prohibido salir de las tiendas de noche sin la compañía de un ranger.

 

Pero prefiero situar el principio del safari en la primera noche. Jacobo se había dormido inmediatamente y yo, para no despertarle, había salido a la ducha que había al aire libre en lugar de utilizar cualquiera de las otras dos que había en el interior de la tienda (excelente idea para evitar la espera/desespera mañanera); sabía que los babuinos dormían de noche y no corría peligro de que vinieran a incordiarme. No obstante, no aparté la vista de la veranda. Por un instante, vi brillar una pareja de luciérnagas en la oscuridad del campo. Estaban muy juntas y se acercaban con inusitada sincronía… ¡Tonta de mí!...: ¡no eran luciérnagas, eran los ojos fosforescentes de un felino! Un leopardo, probablemente. Desnuda y aún mojada me metí en la cama. En un estado de alerta y sobreexcitación, con cierta dosis de ansiedad, encogida en la cama, escuchaba el sonido hostil que sobre mi cabeza hacían las ramas del árbol al ser agitadas con violencia. Quizá, por suerte para ellos, algo había despertado a los babuinos y protegían a sus crías del ataque subrepticio del leopardo, su peor enemigo.

La ansiedad o el cansancio extremo me arrastraron a un sueño profundo. Pero en mitad de la noche ocurrió algo. Al principio era una sensación, algo que formaba parte del sueño, cuando sientes que un hemisferio de tu cerebro está aún dormido y te fuerzas por despertar completamente. Fuera tenía  lugar  una tragedia. Los sonidos me llegaban sin más obstáculo que la tela tirante y transparente de esa parte de la tienda y las cortinas que la cubrían. Pude percibir, a lo lejos, una especie de mugido prolongado. Cuando cesaba, volvía a sumirme en el sopor del sueño. Pero luego lo oí más nítidamente: parecía estar a poca distancia, era un lamento desesperado. De repente se apagaba como si todo hubiese terminado; y sin embargo, volvía aunque cada vez con menos fuerza. Nunca había oído nada más triste y penoso. Era el gemido de un búfalo en su lenta agonía. Permanecí a la escucha no sé durante cuánto tiempo… hasta que se apagó definitivamente. Al final pude conciliar el sueño.

 

Desperté con un  murmullo como el que se produce al frotar los huesos con una herramienta dura. Me senté en la cama poco antes de que sonara el despertador. Aún era de noche. Después de unos sorbos de té caliente y unas galletas, subíamos al jeep para el primer safari. Y, como si se tratara de una puesta en escena de lo sucedido durante aquella primera noche, justo delante de la tienda, dos jóvenes leonas roían los huesos pelados de un esqueleto de búfalo cuyos grandes cuernos negros brotaban en posición de lucha de una cabeza descarnada. Más adelante, dentro todavía del perímetro del Camp, un leopardo, apostado sobre el tronco de un Africa-Botswanaárbol seco, oteaba su entorno amedrentado por el merodear de beduinos ávidos de venganza. Abandonamos el lugar dejando atrás el leopardo enfrentado a sus problemas, sometido a la justicia de la vida salvaje en su Africa. Botswana.Mombo Camp 11delicado equilibrio.

 

 

Africa-Botswana

 

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Tag(s) : #Safari
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