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El último día en el Rhino Camp había sido muy emotivo.

Despúés de una caminata en fila india a  través del desierto, nos detuvimos a una distancia considerable del lugar donde se encontraba un solitario rinoceronte negro; era seguro que nos había visto antes que nosotros a él. Y nos observaba. Y nosotros a  él. Apenas nos movíamos y él tampoco. Pensándolo bien resultaba cómico: un pequeño grupo silencioso de personas, que se movían con sigilo, frente a un rinoceronte, ambos inmóviles, mirándose mutuamentea a una distancia de respeto; una distancia que, supuestamente,  nos mantenía a salvo a unos del otro y viceversa. De hecho cuando volví acompañada del ranger encargado de devolverme al jeep sana y salva, no pude evitar que una risa tonta acompañara mi relato de lo que había visto.

También ese día nos habíamos alejado tanto del campamento que invertimos todo el tiempo en el recorrido. Mereciera o no la pena, al finalizar la jornada de safari, tuvimos un recibimiento excepcional. En mitad del desierto nos tropezamos con un sembrado de antorchas que nos guiaron a una hoguera encendida. De las sombras surgieron las caras más o menos conocidas del personal del Camp.Venían entonando canciones ancestrales que acompañaban con movimientos acompasados. Al poco, entre gritos y cantos, comenzaron a bailar en torno a la hoguera sumergiéndonos a todos en el ambiente más auténtico de la Africa profunda.

La cena tendría lugar en aquel punto del desierto alejado del Camp . Habían trasladado hasta allí la cocina y demás enseres: mesas, sillas, manteles,platos, carne y todo tipo de bebidas. El menú lo anunciaban a dúo dos de las chicas del Camp, una de ellas traducía lo que la otra decía. Y es que algunos de los empleados del Camp proceden de un pueblo cercano donde tienen la costumbre de hablar cantando, pero no sólo eso sino que, además, algunas sílabas incluyen un sonido gutural fino que nadie que no sean  ellos es capaz de imitar. El menú incluía mi admirado oryx. Lo elegí sin dudar en parte por curiosidad y en parte como venganza por lo ocurrido durante nuestra estancia en Sossusvlei, cuando aquél orix macho -al que había animado interiormeente en su lucha con el jefe de la manada por su derecho a beber en el abrevadero- vino a subirse a la piscina en la que yo me estaba bañando para saciar su sed y que abandoné de inmediato ante la longitud de sus puntiagudos cuernos vistos de cerca.

La velada se había prolongado hasta tarde y Berto, nuestro magnífico piloto, nos dejó descansar hasta bien avanzada la mañana; nos esperaba un agradable vuelo hasta Okahirongo, al encuentro de los himba.

...El nuevo día empieza con sus misteriosos cantos y...

...largo recorrido por este desierto lleno de piedras...

...para continuar con una caminata...

...y observar, lo más cerca posible, al rinoceronte.

...Finalizada la jornada, una parada para tomar el aperitivo antes...

...del anochecer y de que nos sirvan una deliciosa cena en mitad del desierto...

...precedida de cantos y bailes der los alegres componentes del staff.

Aquí nuestro sonriente guía.

De nuevo sobrevolando el variado paisaje namibio...

...rumbo a un nuevo destino...

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Tag(s) : #Desiertos, #Safari
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