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La ciudad de los zares imperiales hasta Nicolás II, y desde 1917 de los zares bolcheviques: Lenin, Stalin…, quienes una de las primeras cosas que hicieron fue sustituir las águilas bicéfalas que coronaban los palacios y edificios imperiales por la estrella roja comunista...

¿Cómo se entiende el despropósito de Stalin cuando mandó dinamitar en 1931 la histórica Puerta de la Resurrección para que tanques, camiones y armamento pesado pudiesen entrar en la Plaza Roja para los desfiles militares? O su otra machada: dinamitar la Catedral de Cristo Redentor para levantar el Palacio de los Soviets que sería rematado por una estatua del propio Stalin; posteriormente, Kruschev instaló en el solar una gran piscina para el pueblo, pero en la que nadie se bañaba porque el agua estaba muy sucia.

Lo que sí perdura  es el famosos Metro de Moscú mandado construir por Stalin utilizando mano de obra de presos y represaliados políticos, con grandiosas estaciones a las que, con razón, llamó palacios para el pueblo, con magníficas lamparas-araña, mosaicos, azulejos, esculturas de bronce, columnas de mármol, frescos… Sin embargo es una pena porque los trenes son antiguos, incómodos y sucios.


Pero hoy Moscú no sólo ha recuperado el esplendor de sus catedrales, cuyas cúpulas son de ese inimitable estilo moscovita; el amor por la cultura (es un hecho normal ver una cola de gente a la puerta de una librería); la generosidad que manifiestan con innumerables conciertos gratuitos; los casamientos al modo burgués (tan denostado por el comunismo purista) descasándose años más tarde a pesar de haber encadenado su amor a los barrotes de un puente y tirado la llave del candado a las aguas del Moscova. Moscú no sólo ha recuperado eso sino que, junto a este resurgir, ha nacido un desmesurado culto al lujo: los coches de importación atascan sus calles, esculturales moscovitas se pasean subidas a tacones de aguja de doce centímetros por las galerías Gum –reconstrucción de las destruidas por Napoleón en 1812, en el mismo lugar que las que había mandado construir el zar Boris Godunov  en 1593- en la Plaza Roja, en donde hay un sinnúmero de tiendas de grandes marcas con precios desorbitados a los que sólo tienen acceso los riquísimos magnates rusos; estos precios en las tiendas de la calle Arabat pueden doblar los de París, Madrid o Roma por el mismo artículo de la misma firma como Dior, Gucci o Zara. Lo que hace años eran compras normales con las que llenar las maletas al volver de Rusia, martas cibelinas, latas de caviar de kilo o piezas de ámbar, hoy es un negocio ruinoso.


Aunque aún quedan lugares donde disfrutar del ambiente más auténtico y chic de la sociedad moscovita como el emblemático café Pushkin en donde el dinero no ocupa ni más ni menos que el lugar adecuado. Sólo una advertencia, no les gustan los turistas (así que no vayas en grupo y viste como lo harías si estuvieras en tu ciudad). Ah, ten cuidado al aparcar (un minuto será suficiente), cruzar por un sitio indebido o fumar por un pasadizo (aunque no se vea señal prohibitoria): los policias de Moscú ganan poco dinero y buscan un sobresueldo; si no entiendes ruso no te preocupes, se presentará un intérprete que te ayudará a que comprendas que si le exiges el papelito de multa al guardia, tendrás que ir a un banco a pagarlo, perderás mucho tiempo y te costará más que si le haces el pago en efectivo; págale 200, 300 o 400 rublos (entre 10 y 20 €) y todos tan contentos.

Aún así Moscú es una ciudad preciosa.

 

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Tag(s) : #Invierno
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