Dentro de las murallas color miel de muchas de sus
ciudades se encierran antiguas medinas, con calles
estrechas, empedradas, a veces empinadas y de
paredes azuladas, por donde los únicos vehículos que
circulan son carretas, algunas tiradas por burros, y
una que otra motocicleta. Hombres y mujeres, la
mayoría embutidos en sus chilabas, atienden a sus
quehaceres diarios aceptando, incluso con
amabilidad, la curiosidad de viajeros y turistas que,
sorprendidos por una forma de vida que más parece
una recreación del pasado, se muestran ansiosos por
captar con sus ojos, con sus cámaras, todo cuanto
encuentran a su paso.
Casablanca, un nombre evocador para una ciudad
que no decepciona. Rabat ¿quién dijo que no es más
que la actual capital? Y Asilah..., esa ciudad por la
que asoma un espíritu bohemio entre pliegues de
chilaba. Meknes... está bien, ciudad imperial. Pero
Xaouen, la ciudad azul... ¡para morir por sus calles
azules llenas del aroma de cedros centenarios
fluyendo por miles de pequeñas cajas! Y, por todas
partes, minaretes de mezquitas dominando el paisaje
urbano de tejados, antenas, terrazas y hasta
palacios y murallas. Luego está Fez, con su medina
auténtica y vital donde detrás de cada puerta o
delante, en plena calle, se sigue trabajando en
oficios que creías desaparecidos por arcaicos.
Visitar pueblos del Rift, atravesar las montañas del
Atlas o llegar a Ouarzazate y pasear por sus
kasbahs, que cuando las miras de lejos parecen de
chocolate; hablar por señas con bereberes de ojos
claros... Y, para finalizar, Marrakech en cuya
medina el reloj se detiene y se te pasa la tarde y
te acoge la noche en su inagotable plaza Jemaa el
Fna, entre malabaristas y encantadores de
serpientes; y te paras a tomar un zumo de naranja
o un té con menta mientras una bailarina (que es
bailarín) ejecuta la danza del vientre al son del
bendir o al compás de un qanun. Todo ello hace del
recorrido por Marruecos un placentero viaje al
pasado.
FEZ
es la más antigua de las cuatro ciudades imperiales, s.IX. Ya de entonces data la medina, con sus mercados cubiertos; con mezquitas y fuentes; y preciosas casas con patio llamadas fonduks. A esta parte amurallada de la ciudad se la conoce como Fez el Bali. Allí la vida transcurre como en la edad media. Los artesanos siguen trabajando el cuero, el metal, los textiles, los alimentos, de la forma tradicional, con los mismos instrumentos de trabajo que entonces. Tanto es así que los dulces de almendras y miel conviven con las abejas que revolotean y entran y salen de los trozos de panales de miel que descansan junto a ellos.
Las curtidurías: la piel, que suele ser de cabra, vaca o camello, después de bien limpia, pasa por varias procesos, uno de ellos consiste en dejarla un tiempo con excrementos de paloma... El olor que desprende durante el proceso es bastante desagradable.
Casablanca,
en uno de los extremos de una pequeña bahía del litoral atlántico marroquí, se levanta la mezquita de Hassan II con un minarete, dicen, es el más alto del mundo. Al contrario que en otras mezquitas, los no musulmanes podemos acceder a su interior, y si el cielo está despejado, observar las estrellas a través del techo artesonado que se abre completamente.
En el otro extremo, y casi tan blanco como el mármol de la mezquita, brilla, al sol, un solitario faro en cuyas cercanías, ajenos al embrujo escénico de las dos torres enfrentadas, unos pescadores vigilan desde el malecón el sedal de sus cañas, apuntaladas entre las piedras, mientras otros, más osados, se atreven a bajar a las rocas y, sorteando el oleaje, buscar en los recovecos algún que otro percebe ya criado.
No muy lejos, en la Corniche, abundan estupendos restaurantes donde poder saborear pescado fresco, varias clases de marisco y las deliciosas ostras de Oualidia. Y para una cena típica, en un elegante a la vez que desenfadado ambiente oriental, con un trío de excelentes músicos y una bailarina de danza del vientre, el restaurante marroquí del Hotel Sheraton (no soy adicta a esta cadena de hoteles por lo sucedido en Alepo, que ya conté aquí en el blog, pero éste, además de bien situado, tiene un servicio impecable). Eso sí, si pedís cuscús que sepáis que podría quitar el hambre a cuatro hambrientos con buen saque.
Tan blanca como la Mezquita de Hassan II, pero revestida de materiales más modestos, es la catedral del Sacré Coeur (de la época colonial francesa 1912-1956). Al contrario que la mezquita, no está dedicada al culto religioso sino a exposiciones y otros actos culturales.
De la famosa película "Casablanca" no hay nada de nada, incluso el que presume de ser el famoso café, es falso. Lo que sí es cierto es lo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial cuando la famosa reunión entre Churchil y Roosvelt en la que se decidiría el lugar y la fecha de la invasión a través del Canal de La Mancha. Parte del éxito se debió a que los espias alemanes se confundieron y creyeron que la reunión sería en la Casa Blanca y no en Casablanca.

Mezquita de Hassan II
Esta mezquita tiene la particularidad de que el gigantesco techo artesonado de la sala de oración se abre completamente para poder ver desde el interior, en las noches sin nubes, el cielo estrellado.

Catedral del Sacré Coeur, levantada durante la época colonial francesa. Actualmente funciona como sala de exposiciones.

Aguadores de Casablanca.

La Corniche. Al fondo la Mezquita de Hassan II
Rabat
Capital actual del país, en ella se encuentran dos
espléndidos monumentos que, aunque bien distintos,
tienen un matiz común por lo que significan para el
estado marroquí: la kasbah de los Oudaïa, fortaleza que
en el siglo XII sirvió de refugio a piratas que lucharon
contra portugueses, españoles e ingleses. Y el mausoleo
de Mohamed V, el primer rey de la actual dinastia
marroquí, artífice del movimiento de independencia
frente a los franceses.

Muralla de la kasbah de los Oudaïa

Mausoleo de Mohmed V.
Junto a su sarcófago de ónix blanco están los de sus hijos, el rey Hassan II, padre del actual rey, y el príncipe Abdullah.

Torre de Hassan y columnas de la mezquita inacabada de Almanzor s.XII, frente al mausoleo de Mohamed V

Calles de casas blancas y azules dentro de la kasbah

Entrada al Palacio Real, donde no sólo se encuentra una de las residencias que el rey MohamedVI tiene en Marruecos, sino edificios gubernamentales, oficinas administrativas, una mezquita, un campo de golf, etc.,
Asilah,
tranquilo pueblo de pescadores, con un el aire bohemio; el que le dan las pinturas de los artistas, venidos de todas partes, que cada verano dejan su arte en muros y fachadas.
Xaouen,
Lo fascinante de esta pequeña ciudad enclavada en las montañas de Rif no es solamente que toda ella sea de un límpido color azul en la que caminar por sus calles es algo así -imagino yo- como un tranquilo paseo por las nubes, sino que en medio de un silencio casi místico ves a la gente hacer su vida cotidiana. Y si te interesas por su oficio, te regala esa sonrisa fácil de las personas generosas y sencillas.
Recuerdo al carpintero que accedió a que entrara en su taller sólo para que pudiera oler los troncos de cedro que estaba devastando (alguien me había dicho que era bueno para el asma). Cualquiera diría que en esta ciudad, metida entre montañas, no todos los turistas que la visitaban allá por el inicio del siglo XX salían indemnes. Parece ser que ello fue debido a que los descendientes de musulmanes y judíos expulsados de España durante la Reconquista, refugiados aquí, tenían una excelente memoria para el resentimiento.
¡Como me gustas Xaouen!
Aunque la marihuana es ilegal en Marruecos en estas montañas del Rif se cultiva a gran escala. Pero la mayor parte de la ganancia es para los traficantes que, transformada en resina, la cargan en lanchas ultrarápidas para introducirla en Europa a través de Francia, España o Italia. Según me contó el guía, muchos turistas que se acercaron a la zona a comprar hachís, fueron denunciados a la policía por los propios traficantes.
Meknes
aunque esta ciudad ya existe desde el s.X, fue en el XVII, con el sultán Mulay Ismail, que la convirtió en capital, cuando alcanzó su mayor esplendor. Desde la agitada Plaza Hedime se puede contemplar la Bab Mansour, famosa por su elaborada ornamentación y a la que llaman también "Puerta del renegado Mansour" pues cuenta la leyenda que cuando Mansour, el arquitecto, de origen cristiano, la dio por terminada, dijo a Mulai Ismail que si se lo hubiese propuesto habría creado una obra mejor. El sultán, enfurecido, lo decapitó. Lo curioso de la leyenda es que se tardaron 150 años en terminar la susodicha puerta.
Mausoleo- mezquita de Mulay Ismail, sultán que unificó el país, s.XVII, a la vez que es considerado uno de los mandatarios más crueles y sanguinarios de la historia. A pesar de ello, son muchos los marroquíes que lo tienen como una especie de santo y acuden ante su tumba a mostrarle sus respetos.
Erfoud, junto al desierto y la frontera con Argelia.
Garganta del Todrá
Abundan los fósiles en Erfoud. Garganta del Toldrá
Ouarzazate, la ciudad "sin ruido",
la de las mil kasbahs, construidas en adobe que armonizan con el paisaje, entre el desierto y el Alto Atlas, con las montañas y los múltiples oasis. En este lugar se rodaron decenas de películas desde Lawrence de Arabia, con Peter O'Toole, hasta el famoso Gladiator de Ridley Scott, con Russel Crowe, pasando por La Momia o la joya del Nilo, con Michael Douglas...
Kasbah de Taourit, la más antigua. Desde sus torreones se domina un paisaje de tejados, que son terrazas como es habitual en las casas árabes. Esta kasbah fue residencia del pachá de Marrrakech, el Glaoui, que conbuyó al derrocamiento del pachá en 1908 y colaboró con los franceses durante la época colonial. Incluso conspiró para expulsar del país a Mohamed V, lo cual, al contrario de sus propósitos, provocó un movimiento nacionalista que desembocó en la independencia, lograda en 1956. A pesar de todo ello, el actual monarca, Mohamed VI le concedió el perdón.
Hotel Bereber Palace donde suelen alojarse los equipos extranjeros que intervienen en el rodaje de las películas. Incluso el propio hotel sirvió de escenario en algunas ocasiones.
Ciudad fortificada Aït Ben Hadou, s.XI. Se puede visitar si no hay rodajes.
Marrakech,
la joya de la corona. Además de tener lo que más te ha gustado de las otras ciudades imperiales, tiene la plaza Jemaa el Fna, declarada por la Unesco "obra maestra del legado oral e intangible de la humanidad".

Una muralla de ladrillo rojo, construida por los almorávides en s. XII, que encierra la medina, permanece prácticamente intacta, con un grosor que en las torres y en las puertas es de 10 metros. Y es que los almohades que tomaron la ciudad, lo hicieron sin tocarlas; al contrario, más tarde, las mejoraron. Se puede ver haciendo un recorrido alrededor en calesa.

Jardines de la Menara, llenos de olivos y con un romántico lago.
La mezquita la Koutubia s.XII. Su minarete puede verse desde cualquier parte. Se construyó para sustituir otra (cuyas ruinas aún siguen allí al lado) que no estaba bien orientada hacia la Meca. El caso es que las mediciones que se han hecho de la Koutubia demostraron que ésta está todavía peor orientada que su predecesora. Del interior no puedo decir nada porque la entrada está prohibida a los no musulmanes
Tumbas de la dinastía familia sadí, sXVI.
Plaza Jemaa el Fna, atracciones de día y de noche
Los zocos en las calles de la Medina que desembocan en callejones, retorcidos sobre sí mismos, como un laberinto a prueba de brújulas. La gente es muy amable y te ayuda a orientarte, pero de noche es más cómodo ir con alguien que conozca bien la Medina o contratar un guía en el hotel.
Hotel Les Jadins de La Koutubie en el interior de la Medina, al lado de la plaza Jemaa el Fna