El brillante azul del cielo de Madrid dio paso al gris humoso de las mañanas de Londres. Y el día se acortó al avanzar hacia el Este. Con la vista fija en la pantalla del televisor que salía del brazo del sillón de Alonso, donde la imagen virtual del avión sobrevolaba el mapa de Europa y Asia, me fui adormilando. La gruesa línea blanca que iba dejando, y que al final uniría las dos islas, Inglaterra y Hong Kong, era todavía muy corta; podría dormir toda la noche y aún no habríamos llegado.
Cuando el primero de julio de 1997 dejó de ser colonia británica para volver al regazo chino, todos se preguntaban qué pasaría a partir de entonces con aquel hervidero económico que era Hong Kong en manos comunistas. La Isla, Kowloon y los Nuevos Territorios junto a su, codiciada por unos y despreciada por otros, carga capitalista pasó a ser provincia autónoma de China, de la China heredada de Mao, el mayor país comunista del mundo.
Sin embargo, en la antigua colonia apenas se hizo notar el cambio: los tiempos de odio al capitalismo y de destrucción de todo símbolo burgués que se habían vivido en la China continental habían sido ya superados bajo los auspicios de Den Xiao Ping, líder comunista de la República, quien en 1992 había llegado a proclamar “Enriquecerse es glorioso".
El manto de poder económico en el mercado mundial del que disfrutaba Hong Kong no disgustó a la nueva clase dirigente china. Y su nueva filosofía de capitalismo a la socialista parece ilusionar a gran parte de las nuevas generaciones. Y eso a pesar de la desigualdad entre clases, cada vez mayor, que se está produciendo en el país (al igual que en Rusia, el otro gigante socialista, en donde las diferencias entre los ricos y el resto de la población han llegado a ser abismales, tanto como en tiempos de los zares).
Con un reconfortante desayuno y una agradable sonrisa, la azafata de Cathai nos dio los buenos días. El brumoso cielo de Hong Kong pronto asomó a la ventanilla.
4. El mismo perro con distinto collar
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