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A Myanmar (Ava, Mingun)1

-¿Nadie más va a venir en el barco? -preguntó Alonso- Es muy grande para sólo dos personas… –añadió al llegar al final del tablón que hacía de pasarela.

-Para tres, si no tienes inconveniente –contestó Ma Lo desde la arena. Con ella subieron los muchachos que la víspera nos habían preparado la cena en el monasterio A. K. Venían haciendo equilibrio por la pasarela, cargando con cajas de bebidas y abultados bártulos que pesaban más que ellos.

Era un antiguo barco de casco de madera de poco calado, adecuado para surcar las aguas del Ayeyarwady.

Comenzamos la singladura rumbo norte.

A pesar de ser temporada seca, hacía un día espléndido, con el sol atemperado por una nebulosa alta y lejana y las aguas, de un azul desvaído, algo verdoso en la orilla, completamente en calma. Las pequeñas embarcaciones atracadas a tierra cargaban productos del interior de Mandalay o, por el contrario, descargaban pescado, verduras, arena, que las mujeres acarreaban en cestas que se balanceaban suavemente en lo alto de sus cabezas. Los niños chapoteaban en el agua cálida y terrosa mientras sus madres y hermanas lavaban y colgaban la ropa entre las casas, que eran chamizos de tablas y hojas secas levantadas sin cimientos, directamente en la arena. Más adelante, en un recodo del río, una cuadrilla de hombres apilaba troncos de madera que, provenientes de los bosques de teca del Norte, la corriente había arrastrado río abajo. Y de una pared completamente vertical, unas mujeres raspaban la arena que luego arrojaban al suelo de una barca cercana.

A Myanmar. Mingun1El aspecto del río cambió en cuanto abandonamos la orilla. Las barcas ocuparon su puesto natural en el centro, y aunque algunas permanecían ancladas recogiendo las redes cargadas de peces, la mayoría avanzaba supliendo con remos la escasa fuerza del viento. Las balsas, que las había grandes y pequeñas, formaban un cuerpo único con los troncos de árboles -o bambúes- que transportaban flotando en el agua; sobre las más grandes había una pequeña cabaña para resguardarse los largos días de  navegación (la mayor parte de los 2000 Km. del Ayeyarwady son navegables). De nuevo el verdor ocupó la ribera y las pagodas blancas y doradas aparecían diseminadas al azar entre casas y árboles como si estuvieran allí para provocar un deleite casi infantil. De frente, una mole de ladrillo rojo se acercaba sobresaliendo por encima de árboles y pagodas. Estábamos en Mingun.

Hacia estribor se veía un grupo de nativos bañándose junto a la orilla.

-No puede ser. No es posible que sea ella  -masculló Ma Lo alterada. No entendí cuál era el motivo de su sorpresa pues a pesar del legado genético que le hubiesen podido transmitir sus antepasados franceses e ingleses, Ma Lo era esencialmente birmana; dijo enseguida-: Es sor Marie. Estoy segura de que es ella. Era profesora del colegio católico donde yo estudié.

Hasta entonces no me había fijado en la mujer de piel blanca y melena castaña que, algo apartada del resto, azotaba una prenda con un palo, de la forma en que las campesinas birmanas lavan la ropa en el río.

-Estas monjas también atienden a los enfermos –comentó-. Todos los años les llevo los medicamentos que dejan los turistas cuando se van. Me extrañó no verla la última vez que fui. –Agitaba las manos queriendo llamar su atención, pero la otra no la veía-. No me explico qué hace aquí.

En respuesta a su inquietud (seguía dándole vueltas: ¿Qué hacía sor Marie, la monja francesa de su colegio, lavando ropa en el río?) acudió un grupo de vendedoras ambulantes que, como moscas ante un plato de azúcar, se habían congregado en la playa al pie de la pasarela y, pasando por alto su interés mercantil, las acosó a preguntas. Mientras tanto, un anciano conductor -campesino hasta ayer- nos ayudaba a subir a su flamante carro de bueyes, al que él llamaba taxi en el que iniciamos el recorrido por Mingun; escoltados naturalmente, por la nube de vendedoras.

A Myanmar (Ava, Mingun)7Al pasar por la Pondaw Paya -antes de llegar a la Mingun Paya- salté del carro para ver de cerca esta pequeña pagoda; su radiante blancura destacaba sobre la playa pedregosa y sucia. Me seguía Ma Lo que trataba de convencer a una de las vendedoras, una cría (la llamaré Chomee) para que fuera en busca de la monja católica a la que dijo conocer bien. Eran dos parlanchinas enfrascadas en una discusión incomprensible para mí, cuyas caras oscuras y expresivas contrastaban cómicamente con las hieráticas estatuas que, a modo de ejército de soldaditos blancos, nos recibían a cada escalón que ascendíamos. Debieron llegar a un acuerdo porque, en lugar de intentar venderme alguna de las láminas que llevaba, Chomee echó a correr en la dirección donde viéramos a sor Marie, junto al río. Al llegar a la cima, una modesta capilla, que no recompensaba el esfuerzo, recordaba que aquella blanca pagoda de la playa no era más que una simple maqueta (a tamaño natural) de la que sería la más grande del mundo, la Mingun Paya.

A Myanmar (Ava, Mingun)5Tras sufrir el renqueante rodar del carro, que no se saltaba ni una sola piedra, llegamos hasta la famosa pagoda. La que iba a ser la pagoda más grande del mundo parecía el juguete abandonado de un gigante, una mole compacta de 50 metros de alto, de forma semi-cúbica y color rojizo: la base de la pagoda; lo que al rey Bodawpaya, creador del proyecto, le dio tiempo antes de morir.  No me causó el menor impacto y subir descalza hasta la cima por su ladera empinada no me pareció buena idea (no llegué a saber si los monjes y devotos –turistas aparte- lo hacían por lo que es o por lo que pudo ser) así que me conformé con colaborar para que las 90 toneladas de su campana sonaran con la magnitud proporcionada.

Estuvimos de acuerdo en hacer un descanso en un  chiringuito antes de continuar. Una cabizbaja Chomee, casi sin aliento por la carrera, se acercó a Ma Lo:

-Marie dice que está muy ocupada y no puede venir –dijo cariacontecida-. La verdad es que lo que dijo fue que no quería ver a nadie. Ahora ya no me compraréis los dibujos… –se quejó compungida. Pero nos siguió todo el camino hasta la Hsinbyume Paya.

Birmania-Indonesia S 158Hacía calor. Las losas de piedra de la entrada ardían al sol con absoluta impiedad, lo que determinó a Alonso a darse un paseo por los tenderetes de fuera y, como suele decir en tales casos, postergar la visita para mejor ocasión. Saltando de losa en losa como un gorrión, siguiendo las firmes pisadas de Ma Lo (que a base de andar descalza debía tener las plantas de los pies hechas unas suelas), alcancé la escalera que subía al templo. Una vez dentro, las escaleras, los ondulados muretes, las capillas de los sucesivos niveles, las pagodas, todo proyectaba sobre el suelo una acogedora sombra que invitaba al descanso, a la meditación, a contemplar el paisaje. Al llegar al séptimo nivel de aquel monte Meru de piedra blanca, una mujer de mediana edad permanecía de pie a la sombra de la solitaria estupa central. Era sor Marie.

Hice ademán de dejarlas solas para que pudieran hablar libremente pero me agarró de la mano diciendo:

- Je vous en prie!

Y comenzó a relatar las circunstancias que le llevaron hasta allí.

Por lo visto, todo empezó cuando, un par de años atrás, la dirección del colegio le encargó colaborar en la edición de un libro de fotografías, pinturas y dibujos sobre Myanmar. Por un comentario que realizó favorable a uno de los dibujos de un autor local, al que no conocía personalmente, éste le hizo llegar una pintura de pequeño tamaño con unas palabras de agradecimiento. Ella correspondió con una breve nota. A partir aquel momento tan singular intercambio se convirtió en una costumbre. Cada vez que recibía el envío sentía un pellizco interior que la mantenía en vilo. Hasta el momento en que extraía la cartulina de su sobre saboreaba el instante, aún vacío de líneas, presintiendo la explosión de color que, imaginaba, había sido concebida sólo para ella. Avergonzada por ello, la sorteaba de inmediato entre sus alumnas. El resto del día ocupaba su mente en imaginar cómo sería esa persona a la que aún no conocía. Por las noches tardaba en dormirse pensando, ansiando la llegada del sobre con su pintura dentro. Se conocieron personalmente un día en que sor Marie acompañaba a sus alumnas en una excursión a la Mingun Paya. Se enamoraron. En realidad ya estaban enamorados. Marie abandonó el Colegio, se hizo budista y se casó con el pintor. A pesar de que convivián tres generaciones en la misma casa (cuatro paredes de bambú y un techo de paja) la vida le resultaba muy fácil, todos eran amables con ella; vivió la época más maravillosa de su vida. <<El abuelo quería levantar una estupa antes de morir –había dicho con melancólica ternura-. Según las creencias budistas theravada, eso redime del mal que se haya podido hacer a lo largo de la vida. Por eso en Myanmar tenemos tantas estupas…>>. Pero en la familia había muchos miembros, muchos gastos y pocos ingresos, así que Marie echó mano de sus ahorros para complacer al abuelo.

Ahora estaban divorciados. Carecía de recursos para una vivienda propia –esto lo dijo atropelladamente, con palabras que se empujaban hacia delante, hacia el abismo de su realidad presente-; vivía, temporalmente, en casa de la madre de Chomee. Me ofrecí a llevarla en nuestro barco de regreso a Mandalay, había espacio de sobra… Pero Marie, expresando un sentimiento de absoluta conformidad con su destino, afirmó: <<Ahora formo parte de aquí. Me siento como la Mingun Paya, una gran base sobre la que no se construyó nada… pero…>>. ¿Acaso existía algún otro lugar donde pudiera ser tan feliz como lo había sido allí? De algún modo, aunque por motivos bien distintos, me sentí identificada con ella, ambas éramos la base de un templo incabado.

Ma Lo insistía en ayudarla, su pragmatismo la llevaba a negar que un pellizco en un corazón sano fuera capaz de conmover pilares tan sólidamente establecidos. Anduvimos juntas por el ancho y polvoriento camino, bordeado por altos y frondosos árboles, hasta la Mingun Paya. Allí estaba Chomee exultante de alegría: había conseguido vender todos los dibujos que el pintor, su padre, le había encomendado. Sorprendida por este descubrimiento, Ma Lo buscó una explicación en los ilusionados ojos de su amiga y comprendió que, a pesar de todo, aquél era su sitio.

A Myanmar (Ava, Mingun)2-copia-1

  9. Puentes de teca y acero, pájaros, niños


Tag(s) : #Romántico
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